Cuando las entidades, las y los
activistas trans denunciamos o actuamos ante una acción pública, por la
publicación de un libro o un artículo en particular, por considerar que
menoscaban derechos, nos deshumanizan, niegan nuestras legítimas identidades
y/o nos perpetuán en la discriminación, inevitablemente aparecen afirmaciones
diciendo que tales denuncias amenazan la
“libertad de expresión” y que constituyen “censura.”
Recientemente hemos asistido a actos
de odio y transfobia contra las personas trans. Hace un mes en páginas de
faceboock supuestamente “feministas” y anti patriarcales, se vertían
comentarios y afirmaciones que no solo cuestionaban la identidad de las mujeres
trans, negándoles derechos en equidad con las mujeres cis, sino que se les
consideraban “potencialmente violadores” por haber nacido con pene, en
consecuencia se pedía la exclusión de mujeres trans de los espacios de mujeres.
Las razones en defensa de tales declaraciones transfóbicas se justificaban
desde el discurso psicomédico de la transexualidad y desde el esencialismo
biogenital, que no se sostienen por carecer de objetividad científica y
empírica.
Hace unos días el vergonzoso “Bus Transfóbico”,
que respondía a una campaña de la entidad Hazte Oir, que mediante un slogan
rotulado en el bus aseveraba: “los niños
tienen pene”, “las niñas tienen vulva”; negando la diversidad de identidades,
la dignidad e imagen de las personas trans, cebándose con alevosía contra la
infancia y la juventud.
Los voceros de hazte oir, nos han
tachado reiteradamente de “inquisición gay”, “lobby gay”, “ideología del
género”… Cuando hacen estas afirmaciones parecen utilizar el espejo del
absolutismo donde se miran. Ejerciendo la doble
agresión –primero te agredo, cuando te defiendes lo niego y te vuelvo
agredir-. Gente convencida de estar en posesión de la verdad absoluta, apelando
a una tendenciosa interpretación de la libertad de expresión.
Que los
“absolutistas de la libertad de expresión” estén convencidos de su “verdad”
absoluta, no es casual, lo lamentable es escuchar a intelectuales, periodistas,
“feministas” y gente “progresista”, que condenan los hechos, pero
antagónicamente en un acto de malabarismo teórico ejercido desde el
supremaCismo, defienden el mal uso de la libertad de expresión. Personas que en
otras situaciones, como arremeter contra las mujeres, negros, inmigrantes,
gays, lesbianas… tendrían claro donde están los límites de esta libertad de expresión,
si es con las personas trans introducen en el debate la “duda”.
El discurso de odio y otros actos
del lenguaje diseñados para hostigar, intimidar y menoscabar derechos, se usan
rutinariamente para coartar otras libertades como, la dignidad, identidad,
honor e imagen. Los absolutistas de la libertad de expresión tienden a no
considerar o apreciar plenamente esto, probablemente porque la mayoría de ellos
nunca se han sentido silenciados por el odio y la intolerancia sistemática.
La Constitución española en el
título primero, sobre los derechos y deberes fundamentales, en su artículo
20, garantiza: “A expresar y difundir
libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito
o cualquier otro medio de reproducción”. Estableciendo como límites también derechos fundamentales, así
expresamente en el mismo artículo 20, punto 4, dice: “Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos
reconocidos en este Título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y,
especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y
a la protección de la juventud y de la infancia”.
Por tanto
se desprende de la propia constitución que la libertad de expresión no puede
ser utilizada para menoscabar derechos y/o difundir odio contra las personas,
destacando la infancia y la juventud.
Los
derechos, la dignidad, el honor, la identidad y la intimidad de las personas
trans, no han de ser objeto de debate.
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