Las identidades trans no son un fenómeno contemporáneo.
Existen desde siempre, y en todas las culturas de la humanidad, por lo que se
puede afirmar que la
transexualidad es una expresión de la inmensa diversidad humana; las
respuestas que las distintas sociedades han dado a esta realidad del ser humano
han sido muy diversas a lo largo del tiempo y en las distintas geografías de
nuestro mundo.
Algunas sociedades han manifestado diversos grados de rechazo
y represión de las identidades trans, generando graves violaciones de los
derechos humanos de las personas trans, para ello se han valido de la religión,
la medicina y la justicia; para la primera hemos sido un “pecado”, para la
segunda unos “enfermos” y para la tercera un “delito”. Otras
han aceptado en mayor o menor grado esta realidad y han
articulado mecanismos sociales y leyes que promueven la integración de las
personas transexuales en dichas sociedades..
Los manuales internacionales de enfermedades mentales
DSM-IV-R y CIE-10, elaborados por la American Psychiatric Association (APA) y
por la Organización Mundial de la Salud (OMS), han patologizado de forma
“totalitaria” las identidades trans. Esta realidad, sin embargo ha “cambiado”
por la presión internacional de las/os activistas y entidades trans por la
despatologización.
Así, el “Manual” (DSM V) de la American Psychiatric Association (APA) ha eliminado el “trastorno de
identidad de género” y lo ha sustituido por la nueva versión de un viejo
diagnóstico: “disforia
de género”. Si la comparamos con la anterior consideración diagnostica –que
patologizaba a las personas trans sólo por ser quienes somos–, la “nueva”
categoría podría verse como un avance, puesto que aborda la atención sanitaria
de las personas trans específica del sufrimiento y deja de aplicarse una vez
que ese sufrimiento desaparece. La influencia del Manual y de sus códigos en
todo el mundo, hace que las personas trans sigamos estando atrapadas en una
versión u otra de la enfermedad mental, y seguimos siendo catalogadas como una
especie de “sufrientes”. Los diagnósticos provistos por ese Manual siguen
siendo condición imprescindible en muchos países del mundo para acceder a
derechos tales como el reconocimiento legal y las atenciones sanitarias
encaminadas a las modificaciones corporales, las cuales siguen siendo
concebidas en este marco, como el “tratamiento” indicado para un
padecimiento diagnosticado, y nunca como un modo de atención armonizadora de
expresión del ser.
En el caso de la Organización Mundial de la Salud, en su
próxima actualización del CIE-10 que será sustituida por el CIE-11, prevista
para 2018, ha apuntado a reducir los alcances del diagnóstico y ha hecho
pública la eliminación de todas las categorías diagnósticas que afectan de una
u otra manera a las personas trans, incluyendo el “trastorno de identidad de
género”, entre otras. También ha adelantado la inclusión de nuevas categorías
en la próxima edición de la Clasificación: “incongruencia
de género en la adolescencia y la adultez” e “incongruencia
de género en la infancia”. Y, lo que es fundamental, recomendó finalmente
evitar toda mención a las cuestiones trans en el capítulo sobre trastornos
mentales.
Hemos de celebrar este
cambio como un paso a la despatologización de las identidades trans, por ello
es necesario seguir la ruta marcada por distintos países como Irlanda, Noruega,
Dinamarca, Malta, Argentina, España (Andalucía y Madrid), que no siguen los dictámenes de la OMS, que
entienden las identidades trans como una expresión de la diversidad humana y
reconocen la libre autodeterminación del género, como un derecho humano
fundamental.
Que esta operación
“maquillaje”, no nos haga perder el “norte”, hemos de seguir desde el activismo
trans luchando por la despatologización total, porque se nos reconozca como
sujetos de pleno derecho y no como objetos de la medicina.
“La incongruencia no está en las identidades
trans, si no en las miradas que niegan la diversidad humana estableciendo un
control desde lo médico hasta en el lenguaje con el objeto de seguir
perpetuando el estigma sobre aquello que cuestiona el orden binario, sexista y
genitalista de las personas”.
Mar Cambrollé,
presidenta de la Plataforma por los Derechos Trans
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