El Tribunal Constitucional del país anula el párrafo de una ley que permitía a las personas trans casarse y adoptar.
Con 17 años, Catalina está comenzando su tratamiento hormonal. IRENE ESCUDERO
En Bolivia el movimiento de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales (LGTB) lleva la T de transexualidad delante. Las chicas trans son las que siempre dan la cara en los actos públicos, las que presiden muchos de los colectivos regionales y nacionales, y quienes más sufren la discriminación y el acoso en las calles. Por eso pidieron durante un Congreso Extraordinario Nacional en 2008 que se cambiara el nombre de su colectivo a TLGB. Tras años de reclamaciones, en 2016 consiguieron la aprobación de una Ley de Identidad de Género que reconociese el cambio de nombre, sexo y fotografía en todos los documentos oficiales. Sin embargo, las personas trans han podido disfrutar de esa medida poco más de un año: el pasado 10 de noviembre, el Tribunal Constitucional declaró inconstitucional un párrafo de esta ley vetando, entre otras cosas, la posibilidad de las personas trans de adoptar y casarse. El texto jurídico señala que no pueden ejercer "todos los derechos fundamentales, políticos, laborales, civiles, económicos y sociales”.
“Espero que no sea retroactiva”, dice sobre la sentencia Luna Sharlotte Humerez, una activista trans de 27 años. Ella es la primera mujer transexual en casarse de forma legal en Bolivia. Fue en diciembre pasado, en una boda que casi no se celebra porque no le entregaron los papeles necesarios hasta un día antes. En el registro civil, el mismo que le había concedido apenas medio año antes el cambio de sexo en sus documentos, no paraban de repetirle “no te puedes casar”, pero ella insistió hasta que habló con el director del Servicio de Registro Civil. Él le dijo que estaba en todo su derecho; ante la ley era una mujer. Casi un año después, el matrimonio de una persona transhttps://elpais.com con otra del sexo contrario va a estar prohibido, como ya lo está el homosexual.
“No podemos retroceder en materia de derechos humanos”, lamenta Luna. Esta activista, que trabaja vendiendo productos de peluquería mientras planea abrir la suya propia, insiste una y otra vez en que ella es una mujer y tiene los mismos derechos que el resto de mujeres en Bolivia. Este “retroceso” es un bache más en un camino donde se junta el estigma que siguen sufriendo las personas transexuales por parte de la sociedad, la ausencia de médicos especialistas, la desinformación y sus lamentables posibilidades laborales, que acaban abocándoles a la prostitución.
La esperanza de vida de una persona transexual en Bolivia es de 45 años, según Luna. Y uno de los factores, dice, es que un 99% de chicas trans se automedican. Catalina Bravo tiene 17 años y está comenzando su proceso de transición ahora. “Tomé durante un tiempo hormonas —las pastillas anticonceptivas, aclara—, porque no sabía que tenía que acudir a un doctor”, reconoce esta joven que aún va al instituto. “Es peligroso y lo tuve que dejar”. Después de buscar por Internet y acudir a gente que no sabía dónde derivarla, consiguió que le recomendasen un médico que ya había tratado a personas en transición. “Hemos buscado hartos doctores y no hay nadie especializado en eso”, lamenta.
Cuando ahorró los 200 bolivianos (en torno a 25 euros) que costaba la consulta con un endocrino que le fue recomendado, fue a verle con otra amiga que estaba en su misma situación. El doctor le dijo que los siguientes pasos eran obtener un certificado psicológico que acreditara que realmente es una persona trans y hacerse análisis de sangre para estipular el tratamiento. Los exámenes serían 2.000 bolivianos (250 euros) y las hormonas entre 250 y 400 bolivianos (31 y 50 euros) al mes. Empezaría a experimentar los primeros cambios en unos tres años. “En otros países, en seis meses ya los empiezas a notar, pero cuando el doctor me dijo tres años... Para mí es muy lento”, se queja. “Aquí está la ley, pero no hay una información bien dada, no hay doctores especializados… ¡uno atenta contra su vida si no sabe!”.
La importancia de la transexualidad en Bolivia ha hecho que las siglas del movimiento se cambien a TLGB
Para sus padres, Catalina aún es Omar, pero está preparando el terreno: “Yo todavía no le he dicho de frente: ‘Mami, soy trans, me siento mujer”, cuenta. Pero cuando Luna salió en la televisión con la noticia de su matrimonio le preguntó a su madre: “¿Qué harías si yo fuese como Luna?”. A su padre ni se lo plantea: “Yo sé que jamás va a aceptar; sí puede tratar de respetar, pero jamás va a aceptar verme como una mujer”. En su colegio piensan que es gay. No lo oculta y si le preguntan de frente contesta: “Sí, soy así”. Pero reconoce que “causaría un gran revuelo”. “Cuando eres transgénero, no encajas en ninguno de los dos lados. Con los chicos es algo muy brusco y con las chicas tampoco porque tienes el físico de hombre”, dice. Por eso quiere empezar cuanto antes su transición y tener “una vida corriente”. En un año irá a la universidad; quiere estudiar Derecho.
La ley consiguió que las personas transexuales se planteen ir a la universidad sin miedo a que su otro nombre aparezca en todos los documentos, pero hasta ahora no hay muchos graduados. Luna está estudiando Derecho en la Universidad Pública de El Alto, pero asegura que no sabe de ninguna chica trans que se haya graduado. La escasa profesionalización y la precariedad económica y laboral en la que viven la mayoría de personas transexuales en Bolivia lleva a muchas chicas trans a dedicarse a la prostitución. Stefany Brito comenzó con 18 años, poco después de marcharse de casa de sus padres y dejar sus estudios. Empezó haciendo la calle en Santa Cruz, pero también ha pasado por Cochabamba, Sucre, Potosí, Oruro, El Alto y, actualmente, asegura que es la única chica trans en boliches de La Paz.
“Fingía, engañaba a los clientes y para que no me descubrieran evitaba hacer pieza con ellos (acompañarlos al dormitorio)”, cuenta de su época de dama de compañía. Luego aprendió “cómo engañarlos” para poder “hacer pieza” y ganar más. 25 bolivianos, exactamente. Apenas tres euros. “Yo llevo una doble vida. Un travesti, cuando ejerce como tal, se prostituye de 200 bolivianos (25 euros) para arriba. En cambio, acá ellos no saben que soy trans y tengo que actuar como una mujer, engañando y cobrando como una chica”. Explica que, para salir de la prostitución, necesitan viviendas e incentivos públicos para estudiar. Ella, por ejemplo, quiere cursar Trabajo Social, contabilidad o Derecho porque, dice, necesitan “hartos derechos”. También quiere abrir su propio negocio. “Algo pequeño, para vender almuerzos", detalla. O, si no, una tienda de ropa.
“Bolivia está avanzando, pero muy lentamente”, dice Luna Humerez, que asegura que la ley de identidad de género aprobada en 2016 es una de las más avanzadas de la región. Se va despacio porque el desconocimiento que la sociedad tiene sobre el tema dificulta conseguir tratamientos adecuados y empeora las condiciones laborales de las personas trans. Y porque Luisa Durán fue asesinada con 52 puñaladas en 2012. El mismo destino que corrieron Camila Flores, Dayana Kenia, Charol o Paloma. Son crímenes que recuerda la Defensoría del Pueblo, una institución que hasta hace unos meses, —renunció por motivos personales—, ha tenido como adjunta al Defensor a Támara Núñez del Prado, una mujer transexual.
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