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viernes, 1 de abril de 2016

Las varias formas de tiresias


El colectivo menos conocido de las plataformas LGTB celebraba ayer su Día de la Visibilidad

La historia de Jan, tan hermosa y sorprendente.


Durante 35 años de su vida, Jan fue James. Citando a los clásicos, un inglés muy inglés y mucho inglés. Formó parte del IX Regimiento de Lanceros Reales y de la expedición de Hillary al Everest. Ejerció de corresponsal de guerra y, hasta el momento, sigue escribiendo. Siempre, siempre, incluso cuando era un niño de pocas velas, supo que no era un hombre.
Eso dice en Conundrum, el libro en el que refleja el principal enigma de su intensa vida. Su mujer, Elizabeth Tuckniss sabía esto cuando se casaron, allá por 1949. Como no podía ser madre, Jan fue padre. Durante diez años, no fue propiamente ni hombre ni mujer. Y, en 1972, James pasó a ser Jan. Forzadas a separarse legalmente, Jan y Elizabeth, dos venerables ancianas, volvieron a casarse cuando en Reino Unido se permitieron las uniones entre el mismo sexo. "Aquí yacen dos amigas -dirá su lápida-, Jan y Elizabeth Morris, al final de una vida".
La historia de Lili, que algunos ya conocen.
En análisis previos a su cambio de sexo, su sangre presentaba tanto hormonas masculinas como femeninas. Se piensa que el suyo fue un caso de intersexualidad y, de hecho, gracias a su historia, la ciencia multiplicó los esfuerzos para comprender casos parecidos (síndromes de Turner y de Klinefelter, hispopadias, genitales ambiguos...)  Criado como Egnar Magnus, Elbe conoció a su mujer, Gerda, cuando ambos estudiaban Bellas Artes. Comenzó a ser consciente de su condición tras posar como modelo femenina para ella y, desde entonces, vistió de mujer durante años. Ambas se hacían pasar por hermanas. En 1930, Elbe comenzó el proceso físico de cambio de sexo y varió su condición legal. Igual que Jan, Lili quería ser madre. Le implantaron un útero pero, en los años treinta, la medicina aún no había desarrollado el conocimiento suficiente para paliar el rechazo de órganos. El sistema inmune de Lili  no toleró este último cambio. Existe una autobiografía, De hombre a mujer, que se publicó tras su muerte. 
Si alguien tiene algún prejuicio, algún atisbo de extrañeza ante la amplia realidad trans, le es muy difícil mantenerlo al conocer historias como estas. Quizá el amplio paraguas de lo trans -pues son muchas las condiciones que acoge: transexualidad, travestismo, intersexualidad,  androginia,  queer... -, haya sido el menos visibilizado de la realidad LGTB. Y, desde luego, el menos comprendido, el que más ha sufrido el pasmo ajeno. La fascinación por la indefinición, por la ambigüedad, por la definición sexual que se sale más allá de lo unívoco o lo binario, macho o hembra, siempre ha llamado la atención. Ahí están las numerosas piezas del teatro barroco que juegan a la confusión de género (Noche de Epifanía, de William Shakespeare; Don Gil de las Calzas Verdes, de Tirso de Molina, por citar dos de las más conocidas); o, en su lado más oscuro, el que entra en la tautología, el espectáculo de "monstruo" en la jaula: la mujer barbuda, el hermafrodita. Sabemos de nuestra proverbial tendencia a tachar de monstruoso lo que no entendemos.
Recientemente, la visibilidad del colectivo transexual parece estar haciéndose un espacio de la mano del cine y la televisión. La serie Transparent narra la reestructuración de una familia cuando su venerable pater decide ser la mujer que es. La chica danesa, la película sobre el caso de Lili Elbe y el libro de David Ebershoff, le procuró este año la segunda nominación al Oscar a Eddie Redmayne. Y una de las tramas principales de Sense 8, la última producción de las Wachowski para televisión, es para  la transexualidad: una condición que ha marcado, también, a ambas realizadoras. En la ficción, la actriz Jamie Clayton da vida a Nomi, una transexual lesbiana. Transexual lesbiana. ¿Y no es muy complicado?, se puede pensar.  En absoluto. Un punto referencial en el mensaje de la comunidad trans es la diferenciación entre identidad y orientación sexual, a las que solemos aplicar una suerte de heterocentrismo.
"La condición trans ha sido un estigma que ha marcado la vulneración de derechos fundamentales, de puestos de trabajo, de identidad, de atención sanitaria, en igualdad de condiciones que el resto de ciudadanos -comenta Mar Cambrollé, activista por los Derechos Humanos de las personas trans y  presidenta de la Asociacion de Transexuales de Andalucía-. La causa es que la medicina nos ha patologizado durante más de sesenta años. Al fin, lo trans ha salido de la clasificación de enfermedades mentales, que lo calificaba como un trastorno de la identidad". Un estigma que han abogado por abandonar organismos médicos internacionales e instituciones como la ONU, la Asamblea de Europa o Amnistía Internacional: "No hablamos de un estado de ansiedad per se sino del sufrimiento que sienten las personas que encuentran diferencia entre el sexo asignado y el que se siente", apunta Cambrollé.
Hay inercias incorrectas en el lenguaje, como la palabra "transgénero", importada del inglés "y que rechazamos desde las plataformas trans al incluir el concepto género en ella, ya que es una convención social y de época", explica la activista. Y también inercias en apariencia inocentes pero dañinas, como decir "nació en el cuerpo equivocado": "No hay cuerpos equivocados. Mi cuerpo no está equivocado. Esto surge de una comparativa entre lo normal y lo no normal. No vivimos en un cuerpo equivocado, sino en una realidad equivocada -prosigue Mar Cambrollé-. Nuestra condición es innata e inmutable con independencia de la tendencia sexual. Desde el Derecho, hay dos sentencias del Tribunal Europeo en 2002 donde se dice que el sexo de las personas no depende de atributos visibles que lo definan, ni siquiera de los genitales, sino que lo que prima es lo psicosocial. Por eso la identidad legal de las personas transexuales no exige una cirugía genital. También desde la ciencia está demostrado que la identidad sexual es una conciencia innata e inmutable en cada uno, que se estabiliza en torno a los siete años". Ese es el motivo, por ejemplo, por el que se hace preceptivo no intervenir a menores de características intersexuales: la identidad sexual prima por encima de gónadas y genitales. 
El colectivo trans ha formado parte de las reivindicaciones de colectivos de diversidad sexual desde el comienzo. Son una minoría dentro de estas plataformas, representando el 1% de  frente al 12-14% de la población, de modo que, tradicionalmente, se han antepuesto los derechos de orientación frente a los de identidad sexual: "Cuando en el caso de los trans, son derechos humanos los vulnerados en todo el mundo -apunta Cambrollé-.  Se nos da un trato subhumano, vulnerando derechos que entroncan con la identidad, el honor, la intimidad, a la propia imagen, a la dignidad. El Tribunal Constitucional ha dicho recientemente que la Ley de 2007 dejaba desamparados a los menores transexuales. Y están los requisitos médicos para acceder al cambio de nombre, que exigen un certificado de padecer disforia de género, lo que es patologizar una condición. Hay muchísimas instituciones gubernamentales y no gubernamentales para las que esto es un trámite administrativo y no médico".
Es por ello que el colectivo aboga por la libre autodeterminación de género, una nueva figura del Derecho destinada a impedir el trato de las personas transexuales como objetos de medicina. "En este sentido -señala Cambrollé-, Andalucía sentó las bases de España y Europa con la Ley Integral de Identidad de Género aprobada en 2014".
En el Día de la Visibilidad Trans, que se celebraba ayer, Mar Cambrollé destaca no sólo la mayor presencia, sino los enormes avances sociales realizados en la última década: "Fruto, en gran parte, de la lucha del activismo. Digamos que hemos pasado de la foto en blanco y negro a la digital, de no saber qué es una persona trans a tenerlas en cuenta, de ser rechazados a ser acogidos por las familias, que están más preparadas y formadas para ello. La perspectiva de actuación es muy diferente".

Diario de Cádiz

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