Las personas no trans que miran a la vida de trans, incluso como amigas y de buena fe, no suelen comprender la profundidad de los sentimientos trans, por la misma ley de que nadie comprende del todo las experiencias que le son ajenas.
Profesionales que responden a nuestras demandas, representantes políticos que las
organizan, se acercan, como es natural, a un terreno con el que simpatizan pero les es íntimamente desconocido y suelen creer que requiere su autoridad, aunque todo depende de nuestro sí o nuestro no final.
Nuestra experiencia trans es parte de la variabilidad humana, es también variada en sí misma, es propia de la naturaleza porque la identidad humana es variada, sigue distintos ritmos e incluso distintas finalidades, hormonación o no hormonación, operaciones o no operaciones; tan variada, que solo cada cual puede conocer los matices personales de una experiencia común, pero minoritaria, una variación que crea nuevas modalidades de la experiencia humana, y que por tanto no es patológica, que puede pedir cooperación médica o psicológica o no pedirla.
La ayuda profesional, cuando se pide, está avalada por el consenso médico de que la hormonación y/o las cirugías son los procedimientos que están indicados para el bienestar de las personas trans que las soliciten. No son la cura de una patología, sino una contribución eficacísima para la conciencia trans.
Estos tratamientos no son universales para todas las personas trans, muchas de las cuales no requieren cirugías, pero sí documentos de identidad adecuados. Son respuestas médicas indicadas a nuestras solicitudes, que a su vez vienen de nuestro autoconocimiento profundo, y corresponden a nuestra autonomía y responsabilidad personal, a nuestro sí o nuestro no, y nunca pueden ni deben ser tuteladas por terceros.
En la historia del entendimiento social del hecho trans, lo normal ha sido admitir la libre expresión, desde tiempos remotos. Algunas culturas eligieron la represión; la nuestra, para pasar de vernos como personas a quemar o a marginar, nos concedió un primer respeto como enfermos. Fue un paso para nuestra liberación, pero ya no es suficiente.
En España, el nuevo tiempo empezó en Andalucía, en 1997, después de siglos de represión. La iniciativa del colectivo transexual contó con el decidido apoyo del Defensor del Pueblo Andaluz, el Centro de la Mujer de Granada, y final y decisivamente, el PSOE, que lo llevó al Parlamento de Andalucía, donde fue asumido por Izquierda Unida-Los Verdes, el Partido Andalucista, y el PP no se opuso. Se incluyó la atención a la transexualidad en el Servicio Andaluz de Salud, y enseguida se creó la infraestructura solicitada, con tres dimensiones de apoyo (psicológico, endocrinológico y quirúrgico), que fue adelantada en la Seguridad Social española.
Pero se fundó en el principio que entonces se entendía, la autoridad profesional en condiciones de patología, que ha hecho ver numerosas disfunciones, entre ellas, la conversión de los profesionales en jueces revestidos de autoridad sobre nuestras vidas, sobre nuestro sí o nuestro tanto, y por tanto, expuestos a que sus errores sobre nuestra intimidad, se conviertan en daños para nuestra identidad.
Frente a esta situación, la experiencia transexual internacional lleva a afirmar la autonomía trans en el recurso a una asistencia profesional que está indicada por el consenso médico y por las decisiones firmes de los organismos europeos y mundiales, como el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la Unión Europea, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, la Comisaría de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, la Comisión Internacional de Juristas…
En esta perspectiva, ante la iniciativa de Izquierda Unida de Andalucía, que esperamos y sabemos que será también del PSOE de Andalucía, dada la tradición constante de ambas formaciones en la comunicación fluida, el apoyo, la simpatía y la cooperación con el movimiento trans, nuestras asociaciones, la de Conjuntos Difusos, y la Asociación de Transexuales de Andalucía, ATA, hemos presentado una nueva Ley.
En estos momentos, todo está como se puede, como corresponde a un estado de obras, pero las obras llegarán a su propósito, se quitarán las vallas, y todo aparecerá nuevo y resplandeciente.
Kim Joaquina Pérez Fernández-Fígares
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