En la más sencilla de las clases de genética se enseña que los
hombres llevan en su material genético un cromosoma X y uno Y, mientras
las mujeres portan dos cromosomas X. Esa era la frontera biológica más
clara entre unos y otras hasta hace poco. Pero el florecimiento de
técnicas genéticas más refinadas ha puesto patas arribas todas las
concepciones biológicas, y por ende filosóficas, sobre las diferencias
sexuales en humanos.
Los límites entre hombres y mujeres, a la luz
de la ciencia, son mucho más gelatinosos de lo que plantean los médicos
Pablo Arango y Álvaro Romero de la Universidad de la Sabana en el
concepto que enviaron a la Corte Constitucional clasificando a los
homosexuales como “enfermos”. Son límites más borrosos de lo que insinúa
la exsenadora Viviane Morales al referirse a “familias óptimas”
conformadas por un hombre y una mujer.
En un buen reportaje para
la revista Nature, titulado “Sexo redefinido”, la periodista británica
Claire Aisnworth recopiló la mejor evidencia, esta sí científica, sobre
las fronteras entre los sexos. Datos que no deberían quedar por fuera
del debate en Colombia.
El reportaje comienza citando el caso de una mujer
embarazada que en 2010 llegó a las manos del genetista australiano Paul
James en el hospital Royal Melbourne. Tras una serie de exámenes de
rutina para descartar anormalidades en el bebé, los genetistas se
llevaron una sorpresa: un porcentaje de las células de la madre portaban
cromosomas XX, como corresponde al sexo femenino, pero otro tanto eran
células XY, indicando que eran células masculinas.
“Definir el
sexo puede ser más complicado de lo que uno cree”, apuntó la periodista.
Los médicos suelen referirse a esas discrepancias como “Trastornos del
desarrollo sexual”. Pero esa es sólo una etiqueta. La verdad es que a
los genetistas la evidencia científica les ha enseñado que más que un
sistema binario de hombres y mujeres, el sexo de los seres humanos es un
amplio y difuso espectro.
“Creo que existe una gran diversidad
entre hombres y mujeres, e incluso hay un área en la que se sobreponen
personas que no pueden definirse con facilidad”, comentó en este
reportaje John Achermann, de la U. de Londres.
El sexo, recuerda
Aisnworth, suele comenzar a definirse entre la quinta y la sexta semana
de gestación. Hasta ese punto los embriones son prácticamente iguales.
Cualquier alteración en el proceso hormonal que se desencadena en ese
cortísimo lapso de tiempo puede conducir por un camino u otro al
embrión. Puede resultar en que embriones con cromosomas XY se conviertan
físicamente en mujeres y viceversa, que embriones marcados
genéticamente como XX terminen luciendo como hombres.
Desde 1990
los genetistas han identificado un conjunto de genes que al activarse
pueden dar un timonazo en el destino sexual de un embrión. El gen SRY,
por ejemplo, puede convertir unos incipientes ovarios en testículos. El
gen WNT4 puede bloquear el desarrollo de testículos. Y el gen RSPO1
puede provocar que las gónadas de un embrión sean una mezcla de células
testitulares y ováricas.
“Estos descubrimientos apuntan a un
complejo proceso de determinación sexual —escribe Aisworth—, en el que
el sexo es resultado de una competición entre dos redes opuestas de
genes”.
Una de cada 100 personas podría encajar en la categoría de
“trastornos del desarrollo sexual”. En Colombia esto equivaldría a
450.000 personas, casi la población de una ciudad como Santa Marta.
“Esto
ha significado, en cierto sentido, un cambio filosófico en la forma
como entendemos el sexo”, comentó Eric Vilain, investigador de la
Universidad de California.
Pero ahí no terminan las sorpresas
genéticas. Ese balance entre los sexos no se define por completo entre
la quinta y la sexta semana de desarrollo embrionario. Es una ecuación
que puede cambiar a lo largo de la vida. En experimentos con ratones en
2009 se reportó que una alteración en el gen Foxl2 transformaba células
de ovarios en precursoras de espermatozoides.
Otra sorpresa ha
surgido del examen detallado de células de un mismo organismo. Aquella
vieja idea de que cada una de nuestras células comparte el mismo
conjunto genético, es errónea. Los científicos han tenido que incorporar
en su diccionario genético la palabra “mosaicismo”. El mosaicismo se
refiere a una condición en la que un individuo tiene dos o más
poblaciones de células que difieren en su composición genética.
En
2012 el inmunólogo Lee Nelson, de la Universidad de Washington, llamó
la atención de la prensa cuando anunció que había descubierto en el
cerebro de una mujer fallecida células masculinas. Antes de él, en 1996,
otro grupo de científicos había reportado el hallazgo de células de su
hijo nacido 27 años atrás en la sangre de una mujer.
“Los biólogos
han construido una visión más matizada del sexo, pero la sociedad
todavía tiene que ponerse al día”, concluye la periodista, al mismo
tiempo que se pregunta cómo conciliar las ideas de los biólogos con unas
estructuras jurídicas y sociales mucho más rígidas. La respuesta de
Vilain es que el mejor parámetro para definir el sexo quizás sea el más
sencillo: la identidad sexual. En otras palabras, preguntarle a cada
quién qué es, cómo se define.
Fuente: El Espectador
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