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jueves, 5 de marzo de 2015

Ni tan hombres ni tan mujeres

Los avances en biología y genética están redefiniendo las fronteras del sexo en humanos. 



En la más sencilla de las clases de genética se enseña que los hombres llevan en su material genético un cromosoma X y uno Y, mientras las mujeres portan dos cromosomas X. Esa era la frontera biológica más clara entre unos y otras hasta hace poco. Pero el florecimiento de técnicas genéticas más refinadas ha puesto patas arribas todas las concepciones biológicas, y por ende filosóficas, sobre las diferencias sexuales en humanos.

Los límites entre hombres y mujeres, a la luz de la ciencia, son mucho más gelatinosos de lo que plantean los médicos Pablo Arango y Álvaro Romero de la Universidad de la Sabana en el concepto que enviaron a la Corte Constitucional clasificando a los homosexuales como “enfermos”. Son límites más borrosos de lo que insinúa la exsenadora Viviane Morales al referirse a “familias óptimas” conformadas por un hombre y una mujer.

En un buen reportaje para la revista Nature, titulado “Sexo redefinido”, la periodista británica Claire Aisnworth recopiló la mejor evidencia, esta sí científica, sobre las fronteras entre los sexos. Datos que no deberían quedar por fuera del debate en Colombia.

El reportaje comienza citando el caso de una mujer embarazada que en 2010 llegó a las manos del genetista australiano Paul James en el hospital Royal Melbourne. Tras una serie de exámenes de rutina para descartar anormalidades en el bebé, los genetistas se llevaron una sorpresa: un porcentaje de las células de la madre portaban cromosomas XX, como corresponde al sexo femenino, pero otro tanto eran células XY, indicando que eran células masculinas.

“Definir el sexo puede ser más complicado de lo que uno cree”, apuntó la periodista. Los médicos suelen referirse a esas discrepancias como “Trastornos del desarrollo sexual”. Pero esa es sólo una etiqueta. La verdad es que a los genetistas la evidencia científica les ha enseñado que más que un sistema binario de hombres y mujeres, el sexo de los seres humanos es un amplio y difuso espectro.

“Creo que existe una gran diversidad entre hombres y mujeres, e incluso hay un área en la que se sobreponen personas que no pueden definirse con facilidad”, comentó en este reportaje John Achermann, de la U. de Londres.

El sexo, recuerda Aisnworth, suele comenzar a definirse entre la quinta y la sexta semana de gestación. Hasta ese punto los embriones son prácticamente iguales. Cualquier alteración en el proceso hormonal que se desencadena en ese cortísimo lapso de tiempo puede conducir por un camino u otro al embrión. Puede resultar en que embriones con cromosomas XY se conviertan físicamente en mujeres y viceversa, que embriones marcados genéticamente como XX terminen luciendo como hombres.

Desde 1990 los genetistas han identificado un conjunto de genes que al activarse pueden dar un timonazo en el destino sexual de un embrión. El gen SRY, por ejemplo, puede convertir unos incipientes ovarios en testículos. El gen WNT4 puede bloquear el desarrollo de testículos. Y el gen RSPO1 puede provocar que las gónadas de un embrión sean una mezcla de células testitulares y ováricas.

“Estos descubrimientos apuntan a un complejo proceso de determinación sexual —escribe Aisworth—, en el que el sexo es resultado de una competición entre dos redes opuestas de genes”. 

Una de cada 100 personas podría encajar en la categoría de “trastornos del desarrollo sexual”. En Colombia esto equivaldría a 450.000 personas, casi la población de una ciudad como Santa Marta.
“Esto ha significado, en cierto sentido, un cambio filosófico en la forma como entendemos el sexo”, comentó Eric Vilain, investigador de la Universidad de California.

Pero ahí no terminan las sorpresas genéticas. Ese balance entre los sexos no se define por completo entre la quinta y la sexta semana de desarrollo embrionario. Es una ecuación que puede cambiar a lo largo de la vida. En experimentos con ratones en 2009 se reportó que una alteración en el gen Foxl2 transformaba células de ovarios en precursoras de espermatozoides.

Otra sorpresa ha surgido del examen detallado de células de un mismo organismo. Aquella vieja idea de que cada una de nuestras células comparte el mismo conjunto genético, es errónea. Los científicos han tenido que incorporar en su diccionario genético la palabra “mosaicismo”. El mosaicismo se refiere a una condición en la que un individuo tiene dos o más poblaciones de células que difieren en su composición genética.

En 2012 el inmunólogo Lee Nelson, de la Universidad de Washington, llamó la atención de la prensa cuando anunció que había descubierto en el cerebro de una mujer fallecida células masculinas. Antes de él, en 1996, otro grupo de científicos había reportado el hallazgo de células de su hijo nacido 27 años atrás en la sangre de una mujer.

“Los biólogos han construido una visión más matizada del sexo, pero la sociedad todavía tiene que ponerse al día”, concluye la periodista, al mismo tiempo que se pregunta cómo conciliar las ideas de los biólogos con unas estructuras jurídicas y sociales mucho más rígidas. La respuesta de Vilain es que el mejor parámetro para definir el sexo quizás sea el más sencillo: la identidad sexual. En otras palabras, preguntarle a cada quién qué es, cómo se define.