A Jessica le pegaron un golpe, dos puntazos en la espalda y la degollaron. Una vez muerta, el asesino la descuartizó y abandonó los restos frente a una parrilla. Un vecino vio una mano que asomaba de una bolsa de consorcio y avisó a la policía. Jessica resultó ser una travesti ecuatoriana de 27 años, llegada hace cuatro a Mar del Plata. Allí tuvo una vida triste. Se enamoró de Fabián, un vendedor ambulante de medias alto y rubio, que se convirtió en su marido y proxeneta. Camila, otra travesti de la zona, contó a Miradas del Sur que el hombre "la golpeada y le sacaba la plata para comprar cocaína, pero ella se tenía tan poca autoestima que no se animaba a dejarlo". Sus compañeras la recuerdan como a "una chica fea pero astuta", que solía taparse los golpes con maquillaje y le robaba a los clientes para mantener a su marido. Sus peleas de pareja terminaban en escándalos callejeros o desalojos de los hoteles donde vivían. En los festejos del último año nuevo, una dirigente trans la socorrió en la Rambla: después de una pelea, sumida en un ataque de nervios, la ecuatoriana corría desnuda entre jubilados y tenedores libres.
Al cierre de esta edición no hay pistas firmes sobre quién o quienes la asesinaron. El marido fue detenido por la policía, pero el fiscal de la causa, Mariano Moyano, no encontró elementos para involucrarlo y lo liberó. Las sospechas van desde el crimen pasional hasta la venganza de algún cliente. En Ecuador y Capital Federal, distintas organizaciones intentan dar con la familia de Jessica en Quito y repatriar su cuerpo. De ser así, sería una excepción. La mayoría de las veces, los asesinatos de travestis no sólo quedan impunes, sino que nadie reclama los cadáveres.
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