México DF, febrero 12 de 2013.
Era una fiesta infantil, los juegos inflables estaban
atestados y los invitados reían y jugaban. Aurora charlaba con otras
mamás, intentaba disfrutar el momento, sin embargo, cuando los acordes de
aquella canción comenzaron a sonar, entró en pánico y en sus adentros rogó:
¡que no lo haga! ¡que no lo haga! Volteó hacia donde estaba Fabián, su
hijo de seis años, y el mundo se le vino encima cuando lo vio moverse
alegremente como la
cantante Shakira.
De inmediato sintió las miradas del resto de los invitados,
la vergüenza le impidió moverse, cuando reaccionó corrió a regañarlo y se
fueron a casa. No era la primera vez que ocurría, en otra ocasión, cuando el
momento de romper la piñata había llegado, el pequeño corrió a formarse… en la
fila de las niñas. "¡No te formes ahí, tu eres un niño!", le gritaba
Aurora, para quien las fiestas y reuniones se convirtieron en una pesadilla.
Inicialmente pensó que el pequeño lo hacía para enfadarla,
ahora recuerda que el comportamiento femenino siempre estuvo presente.
"Cuando tenía como tres años lo bañaba en una tina, a esa edad se ponía de
pie, tomaba la toalla, se envolvía con ella debajo de sus bracitos y decía
'¡mira mamá, mi vestido de princesa!', esa fue la primera chispa que llamó mi
atención".
Cuando salía con Jorge, su padre, Fabián no la pasaba
mejor. Una tarde en el cine, angustiado y furioso por las actitudes que creía
eran consecuencia de los mimos de Aurora, Jorge sacó a su hijo del sanitario de
las mujeres y lo obligó a orinar en un mingitorio. Incluso, llegó a mostrarle
"cierta pornografía" en aras de reafirmar la "hombría" de
su hijo.
Todas las noches, el pequeño era presa de intensos sudores y
diuresis nocturna que hacían a Aurora levantarse en dos ocasiones para
cambiarle las sábanas y ropas. Llegó a acondicionarle una cama en el sanitario
porque pensaba que su hijo "ya le había tomado la medida".
Lo que Aurora y Jorge ignoraban era que Fabián, a sus
escasos seis años, atravesaba por una etapa de intenso estrés generada por su condición
de transexualidad, misma que de acuerdo con Selma González Serratos, académica
del Programa Sexualidad Humana de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional
Autónoma de México, se define como "la condición de algunos seres humanos que se viven en un cuerpo
que les es extraño".
De acuerdo con la experta, la sensación y actitud
persistentes de comportarse de manera distinta al rol de género asignado
–entendido como el conjunto de conductas, tareas y responsabilidades que una
sociedad considera apropiadas para hombres o mujeres–, se deriva de una
incongruencia entre el sentir de la persona y el cuerpo con el que nació.
"¿Dónde empieza o por qué se da la transexualidad?,
nadie lo sabe. Resulta absurdo preguntarnos eso porque estamos estereotipadamente
acostumbrados a decir que el azul es para hombres y el rosa, para mujeres. No
somos capaces de pensar en una formulación distinta. Se han querido buscar sus
orígenes pero eso sería como querer buscar los de la heterosexualidad".
González Serratos subraya que en todo caso sería más fácil entender que hay una diversidad de
comportamientos, uno de ellos la transexualidad, en el que ponerse ropas
del otro género no constituye un acto de excitación sexual, como podría suceder
en el travestismo, sino que responde a
una necesidad emocional persistente.
Para Juan Luis Álvarez-Gayou, director del Instituto
Mexicano de Sexología, tampoco hay causas conocidas de la transexualidad,
definida esta como "la discordancia entre la identidad de género
–percepción psicológica de sentirse hombre o mujer–, y el cuerpo", aunado
a que socialmente prevalece la confusión.
"Te dije que como a mi papá"
En las playas de Veracruz, el calor era intenso y Verónica
no deseaba otra cosa que jugar con las olas. Liliana, su madre, sacaba de la
maleta el traje de baño, pero apenas lo vio, la pequeña en ese entonces de
siete años dijo que no se lo pondría y que se metería al agua "con el puro
short".
"Pero, ¿cómo vas a hacer eso?", preguntó Liliana
visiblemente sorprendida. Intentó obligarla pero fue en vano.
"¡Respétame!", exclamó Verónica apoyada por su padre, para quien era
importante no forzarla a hacer cosas que no quería.
Más tarde, caminando por el malecón del puerto, la familia
se topó con un vendedor de collares. Tras mirarlos detenidamente, Verónica
preguntó: "¿Me puedes comprar ese con la letra E ?". "Esa
no es tu inicial, tu letra es la V", soltó Liliana. La pequeña se le
acercó y le susurró al oído: "¿Te puedo decir un secreto? Yo quiero que me
digas Erick".
Estupefacta, Liliana no dijo ni sí ni no, simplemente no
compró el dije. Regresaron al Distrito Federal donde Verónica insistía en que
su mamá la llamara "Erick", Liliana cedió pero sólo en el ámbito
privado; de repente lo olvidaba, ocasionando el enojo de la pequeña.
Meses atrás, Liliana había sentido lo que define como otra
"bandeja de agua fría" cuando tras mucha insistencia y previa
advertencia ("quiero que me metas la máquina como a mi papá"),
accedió a cortar el cabello a su hija.
"Le puse una película para que estuviera en paz, cuando
escuchó la máquina y la sintió sobre su cabeza se emocionó mucho, sin embargo,
cuando terminé y la puse frente al espejo, con un tono muy serio me dijo:
'Mamá, me has decepcionado'. Totalmente sorprendida pregunté: ¿por qué? 'Porque
yo te dije cortito… te dije que como a mi papá'".
Varias cosas había permitido Liliana a su hija: no usar
vestidos, solamente pantalones, traer el cabello corto como su papá, no usar
diadema, comprarse dijes con calaveras y huesos cruzados al centro, usar zapatos
de niño, incluso, después de vanos intentos porque no lo hiciera, referirse a
sí misma en términos masculinos. "Con tantas 'señales' pensé que mi hija
era lesbiana. Lo había imaginado y mi esposo y yo estábamos dispuestos a
aceptarlo".
Un día, mientras charlaban, Verónica dijo: "¿Sabes qué,
mamá?, quiero que me compres ropa interior como la de mi papá". "¡Fue
cuando ardió Troya!", recuerda Liliana, quien tras ese suceso comenzó a
buscar información. "Ya había permitido varias cosas y eso superaba mi
capacidad de entendimiento".
Infancia trans, sector oculto
Datos arrojados en 2001 por la Asociación Mundial
de Profesionales para la
Salud Transgenérica y Transexual, señalaron la existencia de
una mujer transexual por cada 11 mil 900 varones y de un hombre transexual por
cada 30 mil 400 mujeres. Para expertos como Álvarez-Gayou hay una persona trans
por cada 35 mil nacidas con vida.
Añade que el sector de niñas y niños trans está oculto
porque está dentro de la familia, en tanto que los adultos se mueven en un
espacio social donde tienen que identificarse para buscar un empleo o realizar
trámites. Subraya que más allá de la identidad genérica de cualquier niño o
niña, lo verdaderamente importante es
que se sientan aceptados y queridos, pues eso les traerá salud mental,
emocional y sexual.
Para activistas como Gloria Hazel Davenport, el tema de la
transexualidad en niños y niñas es un tabú, pues los padres y madres ven rotas las expectativas que crean sobre la vida
de éstos desde su nacimiento.
"Para los padres, sobre todo para el varón, es difícil
presenciar el nacimiento de una persona que no cumple con las visiones de un
liderazgo heteronormativo. Todos los papás quieren tener hijos machos, líderes,
si esto no pasa, la masculinidad del padre queda herida, la persona más
afectada en esto no es el padre, sino la niña o el niño trans, quienes primero
deben enfrentar su confusión interna".
Espacios de "emergencia social"
Eva Alcántara, especialista en temas de asignación sexual e
identidad de género en la infancia, menciona que los grupos de apoyo cumplen
una función importante porque ofrecen un lugar alternativo al que generalmente
ocupan los infantes trans y sus familias, que es el lugar del desprestigio,
enfermedad, locura, anormalidad y monstruosidad.
Sin embargo, para la también investigadora de la Universidad
Autónoma Metropolitana , estos espacios no solucionan el
problema de por qué los infantes no pueden ser vistos sin ser estereotipados en
lo femenino o lo masculino. "No debemos minimizar el trabajo de estos
grupos porque los cambios sociales llevan mucho tiempo, en este momento cumplen
una cierta función, de emergencia social".
Convencida de que todo infante tiene derecho a vivir una
niñez plena en la que pueda expresarse tal cual es, Alcántara Zavala plantea
que el problema de la aceptación de este sector poblacional está relacionado
con lo que define como "síntoma social", es decir, con la rígida concepción que se tiene de lo que
es masculino y lo que es femenino.
"La solución tiene que ver con que todos nos hagamos
responsables de esa circunstancia y no exijamos que un infante sea quien cambie
para que encaje en el sistema social".
"Tiré toda la ropa del niño que nunca tuve"
Actualmente, la situación de Aurora y Liliana es distinta,
se sienten satisfechas con lo aprendido en el grupo. Las pesadillas y diuresis
nocturnas de Fabián quedaron atrás desde que su madre le permitió ser Ana; y
Verónica se siente mejor desde que le dejan ser José Luis. Ambas lograron
inscribirlos en una escuela donde sólo el director y sus maestras saben su
condición. Están dispuestas a apoyarlos en todo, incluso en el proceso de
hormonación, aunque, aseveran, "es demasiado pronto para eso".
Para Eva Alcántara el reto social consiste en lograr no
condicionar el cariño a niños y niñas con base en patrones estereotipados, a la
vez que se pregunta qué tan feliz puede ser un niño cuando la única alternativa
que le han propuesto es pasarlo al otro sexo.
En tanto, Liliana y su esposo organizaron una fiesta
familiar y proyectaron un video para explicar la situación de su hijo. Cuando
terminó, el ambiente se tensó, alguien comenzó a aplaudir y de inmediato todos
lo imitaron. La situación de Aurora ha sido más complicada, sin el apoyo de su
esposo y familiares asegura convencida: "¡Ya
no quiero esconderme! ¡Ni mi hija ni yo somos delincuentes! Hoy mi hija tiene
una calidad de vida excelente, se comporta como cualquier niña. ¡Tiré toda la
ropa del niño que nunca tuve y la apoyaré para que sea feliz!".
*Publicado en el número 199 del Suplemento Letra S del
periódico La Jornada el jueves 7 de febrero de 2013
2 comentarios:
Pero que mierda es esto. El pelo corto y la ropa no te hace ser del sexo contrario. Estais mezclando sexo con género. Un ttans si ha nacido mujer morirá mujer ídem si nació hombre. Dejaos de religiones acientificas.
Es sierto
Publicar un comentario