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domingo, 29 de enero de 2012

PROSTITUTAS, ESQUINAS EN RESISTENCIA

El «oficio más viejo del mundo» persiste aún en algunas zonas, cambia de sitios y se ve mermado por la embestida de la crisis y de la nueva ordenanza municipal

 

Los agentes de la Policía Local identifican a las mujeres y las informan sobre los recursos sociales a los que pueden acceder
En la acera inmunda de un polígono industrial desierto, en una esquina cualquiera o apoyadas en el muro de una avenida. El frío de las noches de invierno, la crisis o la ordenanza municipal que les espanta clientes, dificultan el trabajo de las profesionales del sexo que ejercen en la calle pero no las hace salir de ese submundo en el que muchas están atrapadas para sobrevivir. Algunas mujeres son exclavizadas por mafias y proxenetas —especialmente las que vienen de países del Este— otras abrazan el mercadeo del sexo como única puerta a la supervivencia procedentes de países donde no tenían nada y otras acaban en la prostitución como consecuencia de adicciones. Las razones son diversas, hay una historia detrás de cada mujer que afronta cada noche la indefensión y el riesgo aparejado a la prostitución.
La noche es larga, en los descampados a la espalda de la calle Emilio Lemos, antes uno de los puntos más conflictivos de la prostitución en Sevilla Este, los coches salen despavoridos en cuanto detectan los furgones policiales. Algunas mujeres de color, con tacones altos y diminutos «short» echan a correr campo a través como gacelas asustadas. Augusta Cliford, es de Sudán, tienes los ojos tristes y habla un español rudimentario pese a los tres años que lleva ya aquí. «Ahora no hay dinero, no hay clientes, vienen pocas chicas porque no vale la pena y hace frío», comenta esta madre de 26 años que vende pañuelos de día en los semáforos y de noche se prostituye para sacar a delante a su hijo que está a punto de cumplir cuatro años. Los agentes de la Unidad de Intervención Nocturna de la Policía Local se acercan a los pocos coches que no se han espantado y tras pedirles la documentación a los ocupantes a medio vestir, retirada, «son parejas» dice un agente tras preguntarles nombres y fechas.
La crisis no solo deja clientes en casa por falta de fondos también empuja a muchas mujeres que habitualmente trabajan en clubs a las esquinas para no correr con gastos de alojamiento ante una demanda mermada e incierta. Algunas prostitutas, también travestis, que solían trabajar en la calle Santo Domingo de la Calzada, se ponen ahora en el polígono de la Carretera Amarilla

«La barbi», así conocen a esta transexual que tiene unas piernas infinitas y solo lleva puesto un body de raso y un tanga de encaje. «Este negocio está muerto». Se enfada, en un principio no quiere hablar, luego se arranca. «Si con la crisis que hay no le dan trabajo a hombres ni mujeres, imagina a nosotros los transexuales que siempre hemos estado discriminados y la única salida que nos queda es la prostitución», dice muy enojada y sigue «pido al Ayuntamiento que nos de trabajo o que nos facilite el acceso. Somos personas, con sentimientos y tenemos que comer».

Pescar a los clientes no es fácil. Si la Policía los encuentra simplemente hablando se excusan «le estaba pidiendo un cigarro». Los perfiles de clientes son diversos gente de todo tipo y de todas las edades. «Te sorprenderías», dice un agente con más de 22 años de turno de noche a sus espaldas. En la carretera de Su Eminencia espera Erica bastante abrigada. En Rumanía era costurera. «Sabía perfectamente a lo que venía, allí no hay nada» y asegura que no tiene chulo. Cobra 30 euros por el completo y asegura que «no sabe de futuro, lo que quiera dios». Casualmente, al cabo de un rato a Erika le llega un cliente con la mala fortuna del paso del furgón policial en pleno trabajo. La Policía lo identifica y procede a denunciarlo, la multa puede llegar a los 1.500 euros. «La ordenanza me parece bien, con la mala suerte de que me ha tocado a mi», dice un chico joven, que asegura haber llegado aquí por casualidad.

1 comentario:

Cliente X dijo...

Curiosa manera de ayudarlas, dejándolas sin trabajo.

ZP ha ayudado así a más de 5 millones de españoles.