Privilegiada en un mundo de discriminación, Thalía Almendares es activista por los derechos de los transexuales, artista de shows nocturnos, hija querida y esposa feliz
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Con zapatillas de tacones dorados y vestida de rojo pasión, ella es una diva. Thalía Almendares rinde al público con una sonrisa y recibe, feliz, sus aplausos. Thalía es el nombre de la libertad. Atrás ha quedado Rafael del Orbe, el nombre asignado a su sexo biológico aparente, hace 32 años.
Esta noche el espectáculo ha sido en un colmadón del barrio Espaillat pero, por lo regular, ella trabaja en shows de discotecas y clubes.
¡Siempre he sido una artista!, dice orgullosa, días después, durante una conversación en el hogar que comparte, desde hace siete años, con su marido, un fotógrafo de profesión.
Recuerda su vida de hija y hermana querida, en una familia liderada por su madre e integrada, además, por su abuela y dos hermanas. Aun así, tuvo que librar algunas batallas para vivir en plenitud su sexualidad. Batallas pequeñas, en comparación con el drama que les toca vivir a transexuales y travestis que se prostituyen desde adolescentes, luego de ser echados de sus casas. Ella conoce estas tragedias por su activismo en la organización Transsa Dominicana.
“Ahora queremos promover encuentros con jóvenes transexuales, sus familias y sicólogos para que no sean rechazados”, explica entusiasmada. No hacen falta preguntas. Sigue hablando de su otro empleo como coordinadora de campañas de concienciación sobre el VIH-Sida. Luego, retoma el tema de su vida familiar: “Mi mamá siempre me entendió, por eso nunca me prostituí”.
No para. Ahora, explica cuál fue su batalla por lograr su autonomía cuando tenía 15 años y abandonó por completo las ropas masculinas por los vestidos de mujer, el sexo que, en su opinión, le pertenece.
Su mamá había aceptado la idea de que su hijo se sentía más cómodo con la identidad femenina y aceptaba sus ropas y sus amigas, pero prefería que no se dejara ver con trajes de mujer por el barrio.
Así que se vestía en casa de una amiga. Hasta que un día se envalentonó, se vistió de mujer en su casa y le dijo a la madre: “Linda, ya está bien de cambiarme a escondidas, prepárate que todos los días será así”.
Y se convirtió en Thalía Almendares desde las mañanas. Con su ropa femenina limpia la casa de una tía muy querida y luego la suya. Se ha fortalecido para enfrentar un mundo que con frecuencia es hostil. Si es abucheada por buhoneros mientras anda de compras con amigas transexuales, se limita a sonreír. “Ellos sufriendo y nosotras gozando jajajaja”. Comenta estos incidentes sentada a la mesa de un comedor arreglado por ella con finos detalles. Todavía no ha completado su jornada, tiene que preparar la cena, hablar con el marido e ir al trabajo. Antes de la despedida, pide: “Escribe sobre el trabajo de prevención del VIH”.
¡Siempre he sido una artista!, dice orgullosa, días después, durante una conversación en el hogar que comparte, desde hace siete años, con su marido, un fotógrafo de profesión.
Recuerda su vida de hija y hermana querida, en una familia liderada por su madre e integrada, además, por su abuela y dos hermanas. Aun así, tuvo que librar algunas batallas para vivir en plenitud su sexualidad. Batallas pequeñas, en comparación con el drama que les toca vivir a transexuales y travestis que se prostituyen desde adolescentes, luego de ser echados de sus casas. Ella conoce estas tragedias por su activismo en la organización Transsa Dominicana.
“Ahora queremos promover encuentros con jóvenes transexuales, sus familias y sicólogos para que no sean rechazados”, explica entusiasmada. No hacen falta preguntas. Sigue hablando de su otro empleo como coordinadora de campañas de concienciación sobre el VIH-Sida. Luego, retoma el tema de su vida familiar: “Mi mamá siempre me entendió, por eso nunca me prostituí”.
No para. Ahora, explica cuál fue su batalla por lograr su autonomía cuando tenía 15 años y abandonó por completo las ropas masculinas por los vestidos de mujer, el sexo que, en su opinión, le pertenece.
Su mamá había aceptado la idea de que su hijo se sentía más cómodo con la identidad femenina y aceptaba sus ropas y sus amigas, pero prefería que no se dejara ver con trajes de mujer por el barrio.
Así que se vestía en casa de una amiga. Hasta que un día se envalentonó, se vistió de mujer en su casa y le dijo a la madre: “Linda, ya está bien de cambiarme a escondidas, prepárate que todos los días será así”.
Y se convirtió en Thalía Almendares desde las mañanas. Con su ropa femenina limpia la casa de una tía muy querida y luego la suya. Se ha fortalecido para enfrentar un mundo que con frecuencia es hostil. Si es abucheada por buhoneros mientras anda de compras con amigas transexuales, se limita a sonreír. “Ellos sufriendo y nosotras gozando jajajaja”. Comenta estos incidentes sentada a la mesa de un comedor arreglado por ella con finos detalles. Todavía no ha completado su jornada, tiene que preparar la cena, hablar con el marido e ir al trabajo. Antes de la despedida, pide: “Escribe sobre el trabajo de prevención del VIH”.
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