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viernes, 12 de septiembre de 2008

Quién teme a las prostitutas



Antonio Cano Orellana


La campaña publicitaria emprendida por el Ayuntamiento de Sevilla, anticipo de la presentación del Plan Integral contra la Prostitución, tal vez aliente más la polémica que la discusión serena que merece un asunto complejo como éste. El propio lema utilizado ¿Tan poco vales que tienes que pagar? La prostitución existe porque tú la pagas.
El precio incluye: humillación, vejación, violencia…, eligiendo al cliente como centro y no a las propias trabajadoras del sexo, establece ya un sesgo de partida que consagra una concepción insuficientemente contrastada y regida exclusivamente por presupuestos ideológicos. La Delegación de la Mujer del Consistorio sevillano reproduce como hecho argumental de la campaña uno de los postulados más problemáticos del Informe de la Ponencia sobre la Prostitución en Nuestro País (154/9), de la Comisión Mixta de los Derechos de la Mujer y de la Igualdad de Oportunidades.
Aquél que establece que la prostitución es una forma de violencia de género y una práctica que atenta contra los derechos humanos y que, en consecuencia, no se puede regular. Este enfoque tiene, al menos, dos graves inconvenientes. De un lado, al no regular esta práctica perpetúa la indefensión de las prostitutas, especialmente de las más vulnerables, negándoles, además, su capacidad para decidir voluntariamente a qué dedicarse. De otro, no hace frente a los problemas de convivencia que genera una actividad no regulada y que tiene lugar en diferentes espacios públicos, sean éstos apropiados o no.
La prostitución no es algo nuevo. De hecho se ha ganado la consideración de “oficio más viejo del mundo”. A lo largo de la historia se han buscado distintas maneras de regulación. Las mancebías sevillanas del siglo XVI, por ejemplo, eran concebidas como una respuesta racional a una práctica social, más o menos extendida, que garantizaba un servicio seguro, barato y discreto que reinstauraba la seguridad en las calles, el honor de las doncellas y el pudor colectivo (Poder y prostitución en Sevilla, siglos XIV-XX; 1998). Siglos después parece que permanezcamos anclados en los preceptos inquisitoriales de una moral mal entendida, que desprecia a
las propias mujeres.
Así lo denunció el Colectivo en Defensa de los Derechos de las Prostitutas Hetaira en la Comisión del Congreso al afirmar que: “Respetando las posiciones de cada cual en relación a la sexualidad no creemos que las feministas tengamos que ser las garantes de la moral pública, estableciendo lo que es políticamente correcto en el campo de las relaciones sexuales entre mujeres y hombres... [éstas] deben regirse por los mismos valores que el resto de relaciones humanas: respeto, libertad, solidaridad,… el que sean comerciales o no solo incumbe a quienes lo practican, cuando éstos son mayores de edad y lo deciden por sí mismos.
Defender que siempre la prostitución atenta contra la dignidad de las mujeres tiene el riesgo de caer en moralismos normativos que acaben coaccionando y limitando la capacidad de autodeterminación de las propias mujeres”.

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