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sábado, 5 de noviembre de 2011

La vida en rosa


Kouka García se fue del país amenazada de muerte en los años de la dictadura con un destino obligado: París y prostitución. Allí estuvo en Pari-T, una organización dedicada a proteger los derechos de las personas trans. De visita en Buenos Aires, hace un balance de aquí y de allá.

¿Cómo fue regresar al país después de tantos años?

–Hace 30 años que no venía a la Argentina, y fue un poco duro en verdad. Sobre todo volver a mi pueblo natal, Esperanza, porque fue un lugar que me expulsó. Literalmente: a mí me subieron al colectivo entre amenazas y la policía me dijo: “Te vas de acá”. Veo que la Argentina está cambiada, con mucha más libertad. No es la Argentina que yo dejé, donde teníamos que escondernos, estar atentas a que no pase un patrullero y nos pida documentos. No vi esa presión, yo marché libremente (sonríe).

¿Cómo viviste la presentación del proyecto de ley de identidad de género?

–Fue muy emocionante. Al día siguiente de llegar al país me fui directamente al Congreso. ¡Y me dejaron pasar! “Sí, señora, adelante”, me dijo el guardia (sonríe). Era la primera vez que entraba al Congreso nacional: me acomodé para escuchar a Marcela Romero (presidenta de Atttta) y ella en su discurso dijo, mirándome a mí: “Hoy aquí está presente también mi pasado”. Me hizo llorar enormemente. Nosotras nos conocemos de muy jóvenes, andábamos siempre juntas. Salíamos, pero no sabíamos si íbamos a volver, porque no teníamos “avenir” (a Kouka le cuesta encontrar el equivalente de esta palabra en castellano, que es la palabra “futuro”) con la dictadura. Nos llevaban detenidas y nos ponían los cargos que ellos querían: ley de juego, que estaba vigente en esa época, o prostitución. O vagancia, ellos lo decidían. Y a veces terminábamos en la cárcel de Devoto, donde nos cortaban el pelo, nos rapaban y ahí eran 21 días hasta salir.

No sólo las fuerzas policiales, la sociedad era más violenta y cerrada.

–No sé si la sociedad era más cerrada. No tenían información sobre la transexualidad. Para la sociedad éramos las manzanas podridas del cajón. Entonces esas manzanas había que sacarlas para no pudrir al resto. Nos aplaudían mucho en el tiempo de los carnavales. Nosotras desfilábamos en las comparsas de los barrios y la gente se sacaba fotos con nosotras. Grandes fiestas, pero eran tres días al año, el resto era todo calvario.

¿Hubo un hecho puntual por el cual decidiste irte?

–Sí, yo trabajaba en la Farmacia Inglesa del Norte, en la zona de Retiro. Vivía en un hotel por la zona y abajo estaba la policía de la comisaría 17ª. En ese sector yo no tenía ningún problema, todos conocían a “la Kouka”. Cuando demuelen la manzana donde yo vivía para ampliar la 9 de Julio, me dan un departamento a pagar por Villa Soldati. Entonces tuve que empezar a tomarme el colectivo a diario, que me dejaba a varias cuadras del trabajo. Un día bajé en la parada y caminando hacia la farmacia se detiene un Ford Falcon. Era “el Turco”, el policía más violento de la zona. Me agarró de los pelos y me dijo: “Hoy perdiste”. Yo empecé a los gritos a pedir ayuda. Apareció mi jefe y le dijo: “Déjela que trabaja con no-sotros”. Ahí el Turco me dijo: “Hoy zafaste, pero mañana o pasado yo te voy a agarrar y ya no te vas a poder escapar”.

¿Ya conocías a ese policía?

–Ese tipo tenía mucha bronca contra las trans, era un tipo violento. Una vez llegó a meterme el revólver en la boca. A veces... (se queda en silencio). A veces yo me despierto en medio de la noche y puedo sentir ese gusto a hierro en la boca. Yo me tenía que ir porque un día este loco me iba a matar. No tenía “avenir” acá, así que hablé con mi patrón. El me dijo: “Andate, y si las cosas te van bien, te quedás. Y si no, yo te guardo el empleo”.

En Francia llegaste y te dedicaste a la prostitución.

–Sí. Yo ya sabía a lo que iba. Una amiga me había advertido: “Si vas a Francia, vas a tener que hacer la prostitución; no tengas muchas pretensiones, la inmigración está cerrada”. Conocí gente muy buena allá que me ayudó, y poco a poco fui avanzando.

¿Y cómo nació Pari-T? (Parité: “Paridad”).

–Yo fundé Pari-T, porque pasé muchas cosas difíciles en las calles. Un día entendí: “No voy a tener hijos, pero quiero dejar algo en este mundo, una institución para las demás chicas trans”. Vi a muchas morir a causa del sida, que me pasó de cerca. Entonces comencé la militancia y a participar en otras instituciones. Pronto me di cuenta de que no podíamos luchar contra la prostitución y sus problemas si no tenemos un reconocimiento identitario. Entonces se creó Pari-T, para pedir una ley de identidad de género y reclamar a las instituciones gubernamentales un acceso pleno a la salud a todas las trans, tanto las que ejercen la prostitución como las que quieren dejar la prostitución.

¿Cómo está la situación de las trans portadoras de HIV en Francia?

–Depende; las chicas portadoras de HIV, después de cinco años de residencia, tienen acceso a las ayudas del gobierno, cuando la Cotorep (Commission Technique d’Orientation et de Reclassement Professionnel) le otorga una pensión de 700 euros. Se le otorga ese dinero por mes y una cobertura de salud que cubre los tratamientos. Muchas latinoamericanas quieren ver, conocer París. A veces llegan un poco mal de salud y yo me ocupo de conseguirles una ayuda médica del Estado. Para ello, las personas tienen que estar dentro del país tres meses y un día, donde esas personas pueden acceder al servicio de salud, medicamentos y análisis cubiertos por un año, y luego hay que renovarlo.

¿La incidencia de HIV está bajando entre las trans?

–Es que no hay estudios focalizados sobre la población trans. Pari-T está trabajando en un proyecto para crear un Conseil d’Action, un consejo regional para París y su periferia para estudiar la discriminación y conocer las tasas de contagio, porque hasta ahora nos cuesta dar cifras, ya que no hay estudios concretos. Para las estadísticas somos homme en aparence de femme, un hombre en apariencia de mujer, no dicen una trans.

¿Cuántas argentinas trans hay viviendo en París de modo irregular?

–De modo irregular casi no hay. Hay unas 350 argentinas aproximadamente, pero no están de modo irregular porque o tienen carta de residencia o porque salen de Francia cada tres meses cuando se acaba su sello de turistas y vuelven a entrar.

¿Cree que muchas trans que viven en Francia querrán volver si se aprueba la ley de identidad de género?

–Sí, puede ser, pienso que muchas trans querrán volver a vivir a la Argentina. Sí, querrán repatriarse y vivir con el género que cada uno y cada una eligió.

¿Es complicado cruzar aeropuertos para visitar sus países natales?

–Sí, es complicado. En Ezeiza yo estuve 45 minutos en Migraciones. El policía miraba la foto y me miraba, luego volvía a mirar la foto. “¡Pero acá dice Mario!” (sonríe). “¡Sí, señor, oui, soy yo, aló!” Mi marido se reía, pero fueron casi 45 minutos hasta que el oficial fue con mi pasaporte a consultar a su superior. Luego volvió, me puso el sello y me dijo: “¡Buena estadía, señora!”.

La ley francesa exige la operación de reasignación para cambiar el género en los documentos. ¿Qué implicancias tiene eso?

–Tiene implicancias graves. Hace dos años, el Ministerio de Salud, a cargo de Madame Bachelot, estableció formalmente que la transexualidad no es una patología. Si la ley francesa ha dejado de patologizar la transexualidad, entonces lo lógico sería reformar la ley que exige operarse para cambiar de género. Las organizaciones todavía no se han puesto de acuerdo para impulsar un proyecto unificado de reforma. Además, muchas piden retirar el número de seguridad social. Allá, el masculino comienza con 1 y el femenino con 2. El trámite para cambiarlo es muy largo. Por eso pedimos que se resuelva esa cuestión administrativa, porque si para el sistema de salud seguís siendo masculino, se generan problemas en el momento de asistencias médicas ginecológicas, internaciones, estudios.

¿Cómo es el proceso legal?

–La ley exige una cirugía de reasignación para tener documento femenino. Muchas chicas se arrepienten porque lo hacen sin estar convencidas. A veces lo hacen de grandes, son padres de familia que se divorciaron a los 50 años e hicieron la transición. Muy curioso, cuando llegué, yo pensaba: “Aquí, en Francia, la orientación sexual la descubren a los 14 años y la transexualidad a los 50!”. Qué sufrimiento para esas personas, ¿no? Para obtener el cambio de documento se sigue un protocolo con tres médicos y es el psicólogo el que da el acuerdo. Pero las operaciones francesas todavía no son de primer nivel. Muchas chicas dicen que tienen problemas para orinar, y señalan que los médicos franceses no están del todo capacitados, que les faltan conocimientos y experiencia.

¿Cómo viste la situación del movimiento trans en Buenos Aires?

–Yo vi mucho avance, me saco el sombrero por todas las instituciones que han luchado por sus derechos. Y me refiero a todos los grupos Glttbi. Hace muchos años estaban todos escondidos y ahora están debatiendo en el Congreso, se capacitan, debaten con todo el arco político. Están recuperando los derechos, porque si podés votar, ¿por qué no vamos a tener nuestros derechos?

El momento político en Francia parece bien distinto.

–El gobierno de Nicolas Sarkozy rechazó enseñar la identidad de género en los colegios hace poco. Y si llegara a subir la extrema derecha de Jean–Marie Le Pen, vamos a tener miles de problemas que no quiero ni imaginar. Así como en su momento las trans argentinas le escribieron a Néstor Kirchner para decirle que ya no querían seguir siendo “las olvidadas de la democracia”, nosotros tenemos bien claro que ya no queremos seguir siendo les oublions de la Republique, porque la liberté, égalité, fraternité todavía están lejos de nosotros.

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