“Que mi mamá sea trans nunca repercutió en mi sexualidad”, dice Héctor Maciel, un joven de 23 años que fue criado por Marcela Romero, una mujer que nació con el cuerpo de un hombre y que en agosto pasado consiguió ser la primera transexual argentina que certificó su nombre de mujer en el DNI. Después de la celebración del primer matrimonio gay en Latinoamérica y en medio de la polémica por el deseo de las parejas homosexuales de adoptar, Héctor busca desmitificar los prejuicios: contó a Crítica de la Argentina cómo es crecer con una madre trans, que en 2009 fue elegida “Mujer del año” por la Comisión de Familia y Mujer de la Cámara de Diputados.
Sus padres se separaron cuando él tenía pocos meses de vida y al cumplir un año, Jorge –su papá– lo llevó a vivir a su casa con su nueva novia: Marcela. Nunca más volvió a tener noticias de Susana, su mamá biológica. “No tengo ningún resentimiento con ella pero tampoco me interesó buscarla. Marcela es la mejor mamá del mundo”, asegura. Y cuenta cómo fue que él le presentó a su actual pareja, Daniela: “Hace cinco meses que estoy de novio pero, como mi mamá viaja mucho, recién se la presenté hace poco. Se llevaron súper bien. Daniela tiene 20 años y la conocí por intermedio de un amigo”.
–Antes de la presentación, ¿le anticipaste a tu novia que tu mamá era trans?
–No, porque sabía que eso no sería un tema importante para Daniela y además porque vimos una entrevista que le hicieron a mi mamá en televisión, y así se fue enterando. Nunca sentí que fuera un asunto para advertirle a nadie. Me crié así y no siento que haya nada raro en eso.
–¿Y a tus compañeros de colegio, cuando eras chico?
–Tampoco. Hasta cuarto grado ella me llevaba a clases todos los días y los chicos nunca me preguntaron nada. Éramos muy chicos. Cuando entré en quinto ya iba solo, porque vivía a una cuadra del colegio. Los chicos venían a mi casa y yo iba a la de ellos sin ningún inconveniente. Tuve suerte, porque es cierto que los chicos a veces pueden ser muy crueles. Pero no recuerdo que me hayan hecho pasar un mal momento. Jamás me hicieron una pregunta incómoda sobre mi mamá ni nadie se asombraba con nada.
–¿Cómo era tu vínculo con Marcela en aquella época?
–Desde que se separó de mi papá, vivía con ella toda la semana. Me levantaba muy temprano para llevarme al colegio, pero antes me servía la chocolatada con cereales. Después me iba a buscar, también todos los días, y almorzábamos siempre juntos. Me encantaba cada vez que me agasajaba con mi comida preferida: salchichas con puré. Ella me hacía todo. Si bien yo nunca fui de pedir que me contaran cuentos, de ese terreno se encargaba mi abuela, que siempre me hacía el mismo relato: era la historia de un nene que se enfermaba y su perro encontraba el modo de curarlo. Después, aprendí a leer solo.
–¿Con quién hablabas sobre sexo?
–A los 11 años, mi papá se separó de Marcela y unos años después me fui a vivir con él a Asunción, donde consiguió trabajo como gerente de ventas de una medicina prepaga. Ese viaje me abrió mucho la cabeza porque de chico era muy boludo, sólo pensaba en los jueguitos electrónicos. En Paraguay, mi papá profundizó el tema y ahí empecé a conocer chicas. Volví hecho un hombre.
–¿Cuándo comprendiste que tu mamá era trans?
–Mi papá nunca hizo una diferencia con eso. De hecho, sus otras parejas, que fueron varias, eran todas mujeres. En mi adolescencia registré que había algo distinto en mi mamá pero nunca tocamos el tema hasta que ella me contó que no podía tener hijos y no hizo falta que me dijera más. Enseguida entendí. Siento que ella lo manejó a su manera y lo hizo perfectamente bien. No provocó ningún trauma en mí, de esos que atormentan a la gente.
–¿Qué pensás cuando escuchás esos prejuicios?
–La gente no puede hablar de cosas que no conoce. Todos tenemos que tener las mismas oportunidades. No tendría que haber ninguna duda de que los trans y los gays pueden criar chicos con todo el amor del mundo y quizás mejor que muchas madres biológicas. A esa gente quiero aclararle que ninguno de los amigos de mi mamá se ha propasado jamás conmigo ni quisieron influir en mi elección sexual.
–¿A qué te dedicás?
–Estoy trabajando en el INADI, haciendo promoción social. Mi primer trabajo fue a los 16 años. Era personal administrativo donde trabajaba mi papá, que quería que tuviera alguna responsabilidad a partir de que había decidido dejar el colegio. Yo también me reprocho haber largado porque ahora estudiar me cuesta más. Pero el año que viene voy a rendir lo que me falta así puedo empezar a estudiar Informática. Mientras, ayudo a mi mamá a mantener la casa.
–¿Cuáles son los principales recuerdos que tenés de tu mamá en tu infancia?
–Tengo muchos y muy presentes. Hay muchas imágenes. Me acuerdo que me llevaba a la plaza y paseábamos en bicicleta. Me acuerdo que cuando cumplí 13 años me llevó al Parque de la Costa y subimos juntos a las tacitas. No íbamos a la montaña rusa porque a mí me daba vértigo. Tuve una infancia muy normal. Ella me enseñó todo. Y ahora me reprocha todo el tiempo que dejé el colegio durante los años en que estuve de viaje con mi papá.
–Ahora que sos grande, ¿qué actividades comparten?
–Nos solemos juntar a comer. Cuando uno de los dos tiene un ratito en el trabajo, nos reunimos en el centro para almorzar. Si no, arreglamos de noche para ir a comer afuera o juntos en casa. A veces también vamos con mi novia. Después de varios años en los que yo no tuve ninguna pareja duradera, desde que le presenté a Daniela nos juntamos a comer los tres y la pasamos bárbaro. Eso está bueno, porque no es la típica suegra pesada.
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