Vie, 24/07/2009 - 19:28 (XEGA)
Juan Carlos Herrero, La Nueva España - Entre los masacrados pueblos primitivos de Norteamérica existía un rico santoral con el que denominaban a los miembros de su tribu, algunos de los cuales desempeñaban, a la vez, el rol masculino y femenino, siendo identificados como «Dos Espíritus» y cuya dignidad humana no precisaba de documento personal alguno, por muy indio que fuese.
Recién incorporada en la Educación Secundaria Obligatoria la asignatura Educación Ético-Cívica, apremia la aplicación de uno de sus bloques, «Identidad y alteridad. Educación afectivo emocional» para impartirla en la calle con objeto de prevenir situaciones de violencia que siguen siendo de género, cuando quien sufre el daño posee más de un espíritu y una inviolable condición de ciudadana. Viene a colación por la reciente agresión a una persona transexual en un gimnasio de Gijón.
Quienes tenemos uno solo de esos espíritus que nos obliga a desempeñar el papel de hombre o mujer, construido socialmente y condicionado por una biología caprichosa en las primeras semanas de gestación, no poseemos el don de lo correcto, ni el uso exclusivo de una ducha porque nos cuelgue un pingajillo, sobre todo cuando la razón de compartirla se impone por fuerza mayor de un nombre propio que ha de figurar en el documento nacional de identidad, otro constructo social que puede causar más de un disgusto cuando impera la sinrazón entre aquellos que se supone civilizados. De figurar en nuestro DNI Marcelo a Marcela puede mediar un abismo siempre que se practique la intolerancia, como en el caso que nos ocupa.
Más allá del hecho punitivo, que se dirimirá ante el juez, con testigos de ojos enjabonados que impidieron ver la otredad, cualquier resolución del conflicto social que acabe en la agresión nos devuelve al neandertal del Sidrón, o a la caseta-exposición instalada estos días en los aledaños del Náutico, en donde la Antropología Física describe los pasos que nos procuró la facultad del habla.
Queda aún por aclarar, viendo los constantes brotes de violencia entre humanos, cómo se desarrolla la capacidad de interpretar las palabras, posiblemente el desencadenante de la mano que ejerció la violencia, simplemente por defecto de una tercera ducha, o por exceso de géneros en un carné de identidad.
Formas de antropofagia recién descubiertas en nuestros antepasados de hace 40.000 en las cuevas de Asturias siguen vigentes en algunos de nuestros gimnasios, etimológicamente: espacios de desnudez para los griegos, bastante más tolerantes que los actuales culturistas.
* Juan Carlos Herrero es antropólogo.
Juan Carlos Herrero, La Nueva España - Entre los masacrados pueblos primitivos de Norteamérica existía un rico santoral con el que denominaban a los miembros de su tribu, algunos de los cuales desempeñaban, a la vez, el rol masculino y femenino, siendo identificados como «Dos Espíritus» y cuya dignidad humana no precisaba de documento personal alguno, por muy indio que fuese.
Recién incorporada en la Educación Secundaria Obligatoria la asignatura Educación Ético-Cívica, apremia la aplicación de uno de sus bloques, «Identidad y alteridad. Educación afectivo emocional» para impartirla en la calle con objeto de prevenir situaciones de violencia que siguen siendo de género, cuando quien sufre el daño posee más de un espíritu y una inviolable condición de ciudadana. Viene a colación por la reciente agresión a una persona transexual en un gimnasio de Gijón.
Quienes tenemos uno solo de esos espíritus que nos obliga a desempeñar el papel de hombre o mujer, construido socialmente y condicionado por una biología caprichosa en las primeras semanas de gestación, no poseemos el don de lo correcto, ni el uso exclusivo de una ducha porque nos cuelgue un pingajillo, sobre todo cuando la razón de compartirla se impone por fuerza mayor de un nombre propio que ha de figurar en el documento nacional de identidad, otro constructo social que puede causar más de un disgusto cuando impera la sinrazón entre aquellos que se supone civilizados. De figurar en nuestro DNI Marcelo a Marcela puede mediar un abismo siempre que se practique la intolerancia, como en el caso que nos ocupa.
Más allá del hecho punitivo, que se dirimirá ante el juez, con testigos de ojos enjabonados que impidieron ver la otredad, cualquier resolución del conflicto social que acabe en la agresión nos devuelve al neandertal del Sidrón, o a la caseta-exposición instalada estos días en los aledaños del Náutico, en donde la Antropología Física describe los pasos que nos procuró la facultad del habla.
Queda aún por aclarar, viendo los constantes brotes de violencia entre humanos, cómo se desarrolla la capacidad de interpretar las palabras, posiblemente el desencadenante de la mano que ejerció la violencia, simplemente por defecto de una tercera ducha, o por exceso de géneros en un carné de identidad.
Formas de antropofagia recién descubiertas en nuestros antepasados de hace 40.000 en las cuevas de Asturias siguen vigentes en algunos de nuestros gimnasios, etimológicamente: espacios de desnudez para los griegos, bastante más tolerantes que los actuales culturistas.
* Juan Carlos Herrero es antropólogo.
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