2.- Consideramos que la despatologización de la transexualidad debe avanzar más allá de su remoción del DSM IV (Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales de la Asociación de Psiquiatría Norte-americana) y el CIE 10 (Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud), hasta alcanzar todas aquellas instancias (institucionales, mediáticas, etc) donde la transexualidad es considerada de manera habitual como patología. Nos preocupa en particular la recurrencia de la patologización que tiene lugar en contextos jurídico-normativos, donde el diagnóstico se transforma en un requisito indispensable para el acceso a derechos. La demanda de ese diagnóstico, así como las pericias destinadas a establecerlo, disminuyen y vulneran nuestro status como sujetos de derecho.
3.- Los hombres trans de la región enfrentamos constantemente las consecuencias de este imperativo patologizador. La exigencia del diagnóstico para acceder a hormonas y cirugías y al reconocimiento legal de nuestra identidad de género no se traduce solamente en la reducción de la diversidad de nuestras experiencias al lenguaje único del diagnóstico, sino a las violencias que implica la obtención de ese diagnóstico: interrogatorios psiquiátricos donde nuestra salud mental y nuestra masculinidad es puesta sistemáticamente en duda, exploraciones médicas en las que nuestro cuerpo es vejado, expedientes judiciales en los que somos descriptos en términos que reproducen y fijan todas esas violencias.
4.- La construcción de la transexualidad como patología afecta, sin embargo, aún a quienes no son transexuales, puesto que somete a todos los cuerpos, identidades, expresiones de género y sexualidades a la vigilancia y la intervención de un dispositivo de control que es a la vez médico, psiquiátrico, jurídico y bioético. La patologización de la transexualidad es una práctica institucionalizada de violencia de género, puesto que instituye formas “sanas” y “enfermas”, “normales” y “anormales” de masculinidad y feminidad a través de un sello psiquiátrico que las distingue.
5.- Cualquier campaña de despatologización de la transexualidad debe considerar, como su tarea propia y urgente, las condiciones materiales que determinan nuestras vidas. Es preciso asegurar que cada persona transexual tenga acceso a los tratamientos hormonales y quirúrgicos que demande, sin que el ejercicio de ese derecho esté condicionado por su situación socioeconómica, respetando la libertad de decisión sobre nuestros cuerpos, identidades, sexualidades y expresiones de género.
6.- Despatologizar la transexualidad requiere algo más que desmantelar el imperio del diagnóstico. Es necesario poner en circulación narrativas transexuales que hagan posible otras experiencias de la transexualidad: experiencias transexuales gozosas y felices. Nuestros derechos no pueden continuar negociándose al precio del sufrimiento.
7.- Creemos que todo movimiento en favor de despatologizar la transexualidad -así como cualquier movimiento destinado a liberar la intersexualidad de su encierro médico- debe asumir la tarea de identificar y desmantelar la patologización internalizada. Esta tarea implica, por ejemplo, abrir el diálogo con quienes se reconocen en la versión patológica de la transexualidad, así como complejizar la asociación inmediata entre intersexualidad y medicalización para avanzar hacia una comprensión política más amplia de las cuestiones intersex.
8.- Las personas transexuales debemos ser la parte principal de este proceso, lo que implica poner fin a la exclusión sistemática de nuestros saberes teóricos y políticos. En contra de la patologización de la transexualidad es preciso que se escuchen todas las voces y, sobre todo, es preciso que comience a escucharse nuestra voz.
Andrés Rivera Duarte (Chile)
Alexandre Santos (Brasil)
Mauro Cabral (Argentina)
Camilo Andrés Rojas T. (Colombia)
Red Latinoamericana de Hombres Trans en el Activismo
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