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martes, 18 de agosto de 2009

ERA NIÑO, YA ES MUJER


Natalia nació como Marcos y es la primera menor que ha logrado operarse para cambiar de sexo. La argentina necesitó un fallo judicial, como ahora el español Toni, de 16 años, cuyo caso ha trascendido esta semana. «Tiene la cabeza bien amueblada, sabe lo que hace», dice de él su cirujano. Proliferan las clínicas para cambiar de género desde los 7 años


Una joven mujer de finos rasgos ocupa el sillón de los invitados en el estudio de Canal 26 TV. Su cabello sedoso desciende en cascada sobre sus hombros. Natalia bebe un sorbo de agua y cuenta su historia cómo si fuese la de otra persona. «Conservo la memoria de un varoncito atormentado que se miraba al espejo sin reconocerse. Ese varoncito se ha convertido en una chica vanidosa que quiere ser actriz», comenta con un rubor en las mejillas. El periodista le pregunta si su experiencia puede servir de inspiración a quienes padecen lo que ella padeció. «Ojalá sirva, aunque no me siento abanderada de ninguna causa ni pretendo ser el ideal de nadie. En todo caso, los héroes de la película son mis padres y hermanos. Y también un chiquilín llamado Marcos», dice refiriéndose al nombre con que fue bautizada al nacer, hace 19 años. En septiembre del 2007, después de tres años de lidiar con la justicia, Natalia, que entonces tenía 17 años, consiguió la aprobación de un juez de la provincia de Córdoba (Argentina) para someterse a una operación de cambio de sexo, consistente en la remoción del pene y la implantación de una neovagina, sexual y fisiológicamente funcional. El juez Rodolfo Mario Álvarez sentó un precedente inédito en Latinoamérica, basándose en un artículo del Código Civil argentino que reconoce la capacidad psicológica de un menor para decidir sobre su cuerpo, así como en el artículo 12 de la Convención de los Derechos del Niño.
Aquel menor argentino, que en la intimidad gustaba vestirse con la ropa de mamá y sentía pudor de mostrar su torso en el verano, ha conseguido ya lo que otro chico español [así figura aún en su DNI aunque él ya se siente chica], también menor de edad, ansía: cambiar de sexo para ser mujer. Sería la primera vez en España que una persona cambie de género antes de cumplir la mayoría de edad. El catalán, al que llamaremos Toni (nombre supuesto), tiene 16 años y, con la complicidad y consentimiento expreso de sus padres, ha pedido a un juez de Barcelona [Juzgado de Primera Instancia número 15] que le deje operarse.
El camino, aunque largo y espinoso, ya lo ha empezado a andar. Lleva más de año y medio tratándose con hormonas y visitando al psiquiatra. Los médicos le apoyan. Pero aún así no basta. La nueva ley de Identidad de Género, de 2007, no contempla tal posibilidad. Y como menor que es, aunque tenga el sí de sus progenitores, Toni necesita una sentencia judicial favorable para ver cumplido su sueño. Pondría fin, así, a una vida de sinsabores cruzada por el intento de suicidio. «Hace dos años sus padres acudieron a nosotros pidiendo ayuda para su hijo. Estaban desesperados. Tenía 14 años y ya no aguantaba más en el colegio», recuerda Gina Serra, del Colectivo Transexual de Barcelona.
«Sus compañeros, al notar que el muchacho iba cambiando de aspecto debido a las hormonas con las que se estaba tratando, se burlaban cruelmente de él, le llamaban de todo. No le quedó más remedio que irse a otro centro y buscar el anonimato, como ahora».
Ni Toni ni sus padres alcanzan todavía a visualizar el final de la pesadilla. El día que, por fin, vaya camino del quirófano. La polémica está servida. La demanda de operaciones de cambio de sexo en menores, pese a la falta de cifras, es una realidad más común de lo que se piensa. Dentro y fuera de España. Desde mayo del año pasado, el Hospital Infantil de Boston (EEUU) ofrece tratamientos para niños a partir de los siete años. La pregunta que muchos padres se hacen al enfrentarse por primera vez al problema es si su hijo, por jugar con una muñeca, o una niña con un camión, van a ser de por sí transexual. El pediatra Norman Spack, principal mentor de la iniciativa estadounidense, es claro: «En el caso de los niños que tienen clara su identidad sexual pero que nacieron en un cuerpo equivocado, lo mejor es proceder al cambio de sexo para evitar autolesiones e incluso el suicidio». Es más, en unas declaraciones a The Boston Globe, el controvertido médico avivaba aún más el debate: «Cuando los pequeños transexuales llegan a mí, están muy deprimidos. Lo primero es retrasarles la pubertad con medicamentos. Esto es reversible, por si más adelante el niño cambia de opinión».
A este lado del Atlántico, en Holanda, los casos se multiplican. Niños y niñas que padecen disforia de género superan un estricto proceso de selección en el VU Medisch Centrum, de la Universidad Libre de Amsterdam, un centro creado en 1998, donde actualmente un centenar de adolescentes holandeses, mayores de 12 años, son tratados químicamente, el paso previo a su cambio de sexo. Uno de ellos, Colin, odia su pene y un verano decidió cambiarse el nombre y llamarse Jasmijn. Se viste de niña desde que tenía cinco años, pero si va a la piscina le dicen que es un niño con la ropa equivocada.
Sus padres se han peleado con familiares, amigos y vecinos que les recriminan por permitir a su hijo hacer el ridículo y salir de casa con un vestido. «No es ningún travestí ni un monstruo, sólo quiere ser lo que en realidad es», defiende su madre. O como Valentin, que tenía apenas cuatro añitos cuando, tras una fiesta de aniversario, le dijo a su madre que quería «cortarse el pajarito». Y a medida que iba creciendo lo tenía cada vez más claro: de jugar con Barbies e identificarse con Blancanieves o la Bella Durmiente pasó, al cumplir 10 años, a apuntarse a clases de ballet. A los 13 ya tenía el aspecto de cualquier adolescente de su edad, larga melena rubia, y en su primer día en el instituto de secundaria se presentó así a sus compañeros: «Soy Valentin, pensaréis que soy una chica pero no, todavía no lo soy, aunque algún día lo seré, ¡seguro! No intentéis convencerme de lo contrario, yo soy así».
«SOY UNA CHICA»
La desesperación llega a ser tal que a veces los pequeños transexuales optan en silencio por la vía más radical. «Creía que nadie me entendía». A los 13 años, a Marcos (Natalia) le estalló la bomba que llevaba dentro. Y al igual que el catalán Toni, cruzó una peligrosa frontera. Quiso matarse con pastillas. «Soy una chica y quiero el cuerpo que me corresponde», repetía Marcos antes de transformarse en Natalia -así quiso llamarse- el día que le confesó a sus padres sus intenciones. Vestirse con la ropa de la madre no era un juego banal. Más bien era el grito de identidad -«me daba fobia todo lo masculino»- de una persona atrapada en un cuerpo que no le correspondía. Tiene grabado en la memoria el que considera el momento más feliz de su vida. «Fue cuando me llevaban en camilla a la mesa de operaciones. Estaba tan contenta que no me preocupaba la muerte. Pensaba: si tengo que morir, al menos será como una persona digna. Como una mujer digna. Además, había pasado por tantas pruebas que aquello era pan comido», dice Natalia.
La distancia entre su casa de entonces y el hospital Gutiérrez de La Plata, situado a 60 kilómetros al sur de Buenos Aires, se recorre en menos de 10 minutos. Pero cuan largo y con cuantos escollos le debió parecer a esa mariposa cuando aún estaba dentro de su crisálida.
Una tarde cualquiera del año 1994, Alicia (nombre supuesto de la madre) entreabre la puerta de la habitación y observa con tristeza, como el pequeño Marcos juega a vestir muñecas. El disfraz de vaquero que le regalaron para su cuarto onomástico, está empaquetado. La madre le dice que sus amiguitos le esperan en el porche. El niño hace un mohín. No le agrada la compañía de los chicos. Son muy rudos y le dicen cosas hirientes. «Al principio, Alicia y yo sentimos rechazos. Pero poco a poco nos fuimos haciendo a la idea de que nuestro hijo era un ser especial. A los tres años empezamos a notar claramente que su cuerpo y su psique estaban en conflicto», contó Javier (seudónimo), el padre, al diario Página 12, cuando Marcos-Natalia aún deambulaba por el limbo de su difusa identidad.
El matrimonio -un médico y una maestra de secundaria- y sus tres hijos residían entonces en Villa Dolores, una ciudad turística y rural de la provincia de Córdoba. Uno de esos pueblos donde la vida social transcurre, apaciblemente, a las puertas de la iglesia. Consciente de lo que el entorno esperaba de «él», Natalia se esforzó en los primeros años por interpretar en público, el papel de Marcos.
TERAPIA PSICOLÓGICA
A los 13 años no aguantó más y se atrevió a reclamar el derecho a ser ella misma. «Soy una chica metida en el cuerpo de un chico. No un gay, como andan diciendo por ahí. A mí me gustan los hombres, con todas sus letras», les dijo a sus padres. La psicóloga que la atendía desde los siete años estaba plenamente de acuerdo con su paciente. «El sexo genético se configura a partir del ADN, pero la identidad sexual no siempre es el producto de los procesos bioquímicos. El transexualismo es un cuadro con identidad propia dentro de los manuales de Medicina. Una condición que no se elige ni depende de la voluntad del sujeto», precisó la psicóloga Andrea Gómez.
Las cartas estaban sobre la mesa y la familia, presta a dar batalla en todos los frentes. En primer término, en la escuela secundaria donde los padres llegaron a un acuerdo con la administración para que a los efectos burocráticos, la alumna figurase como Marcos. Pero al aula acudiría con el uniforme femenino y las uñas pintadas como el resto de las adolescentes. En las clases de gimnasia saltaba a la cuerda con las otras chicas y usaba el baño de damas. «Aprendí a desarrollar un oído selectivo. A no escuchar lo que decían a mis espaldas. Pero la memoria tiene sus trucos y de noche muchas veces lloraba», cuenta Natalia.
En 2004, el matrimonio presentó un escrito ante el juez del fuero civil de Villa Dolores, Roberto Álvarez, solicitando autorización para que Natalia comenzara un tratamiento hormonal, como etapa previa a la operación de cambio de sexo. El juez rechazó la petición, argumentando que la patria potestad no era suficiente para avalar un cambio tan drástico. Por tanto, habría que esperar a que Natalia alcanzara la mayoría de edad. «No creo que el juez Álvarez actuara de mala fe o por prejuicios. Era la primera vez que se atendía un caso en que los padres y no el propio interesado elevaba una solicitud de ese orden», explicó Héctor Riachiazzi, el abogado de la familia. En aras de la repercusión que tuvo el caso en la prensa, el Tribunal Supremo de Córdoba ordenó, en 2006, reabrir el caso. Las nuevas pericias psicológicas que llegaron a manos de los jueces recomendaron la cirugía y el cambio legal de identidad. Natalia y sus familiares pudieron ver la luz al final del túnel.
La batalla que ahora libran Toni y su familia en Barcelona es un calco de la ganada por la argentina. Ya sólo le falta la última palabra de la ley [la decisión, aunque el caso saltó esta semana, lleva nueve meses parada en los tribunales, según ha podido saber Crónica]. Pero el diagnóstico de médicos y psicólogos cuenta a favor de Toni. «Tiene la cabeza bien amueblada, sabe perfectamente lo que está haciendo». Habla Iván Mañero, el cirujano plástico reconstructivo que le ha tratado en los últimos tres años. «Hace 10, estos adolescentes no sabían qué hacer y pensaban que eran raros. Hoy saben que el problema tiene solución, y la quieren», añade el jefe de la Unidad de Trastornos de Género del Hospital Clínico de Barcelona, donde ya se han realizado 25 operaciones de cambio de sexo, todas ellas a mayores de edad, desde diciembre de 2008, cuando el centro sanitario público lanzó la oferta del tratamiento.
En casos similares al de Toni, el experto recomienda a las familias que, por ejemplo, cambien el estilismo de su hijo, que estos vistan y se peinen de manera acorde a cómo se sienten, y que cambien también de colegio, como aquel que comienza realmente una nueva vida. Pero, ¿cómo se sabe si en realidad un niño tiene este problema? «Observando su comportamiento», dice Mañero, rotundo. «A los tres o cuatro años de edad ya se puede detectar una no correspondencia entre el cuerpo y la mente del chico o de la chica». Gina Serra, del Colectivo Transexual de Barcelona está de acuerdo: «Un menor puede saber lo que quiere hasta con ocho años».
ABANDONOS
No hay, sin embargo, una voz común. La doctora Peggy Cohen-Kettenis, del VU Medisch Centrum holandés, explica que durante el proceso «casi las tres cuartas partes de los adolescentes se vuelven homosexuales y abandonan el programa», así que el tratamiento completo, la operación quirúrgica a los 18 años, «sólo es para los chicos muy femeninos o las chicas muy masculinas que siguen necesitando el cambio de sexo». «Con 16 años se es demasiado joven para tomar la decisión de operarse, incluso a los 18 me parece pronto, no se está preparado, es para toda la vida», señala a este suplemento la periodista holandesa Ellen de Vischer. Ella y la fotógrafa Sarah Wong han seguido los casos de los niños que están cambiando de sexo en Amsterdam y este otoño publicarán el libro Inside Out (con 70 imágenes).
«Es preferible darles tiempo hasta que estén absolutamente seguros, y preguntarles durante años si es realmente lo que quieren. Por eso ningún joven holandés se ha arrepentido nunca de haber cambiado de sexo», dice De Vischer, que no ve ninguna razón por la cual el transexual español no pueda esperar dos más para operarse. Algunos de los pacientes de Cohen-Kettenis llegan a los 20 o 21 años sin haber pasado aún por el quirófano pero conservando el mismo cuerpo de cuando tenían 12, gracias a las hormonas.
La cifra de consultas de menores sigue creciendo, según Mañero. La explicación, dice él, es fácil. «Cada vez más la gente busca respuestas en internet. Y con el cambio de sexo de los menores ha ocurrido igual... Los médicos y los científicos podemos dar con las soluciones. Las encontraremos, pero que la sociedad nos dé tiempo».

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